viernes, 18 de septiembre de 2009

Patriotismo.

“Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo –escribe el recientemente fallecido Papa- la respuesta es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas, resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente una madre para cada uno. Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber”.

martes, 21 de julio de 2009

Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de dios.

El honor
El texto que van a leer proviene de: Caballero Cristiano

La primera definición de honor de la RAE es: Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo. Y por segunda definición tiene: Gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea.

El honor, un código harto olvidado hoy en día, y, sin saber como, repudiado o tomado a la ligera, es tachado porque no es "guay", ni progresista, es tomado, en muchos casos, como algo que debiera ser olvidado, enterrado y sellado para la eternidad.

Sin embargo, la definición explícita de honor nos dice que es algo bastante positivo. Empezando que es una "cualidad moral" (moral, es algo que escasea en la actualidad, la moral, esta siendo sustituida por un morbo irracional. Algunas cosas que antes se considerarían inmorales, hoy en día son normales, como si fuesen algo bueno). Esta cualidad moral, obliga al cumplimiento de los deberes, no solo a demandar nuestros derechos, que también tenemos y debemos defender, sino al cumplimiento de los deberes, especialmente los morales. Esto implica hacer lo correcto, regirse por una actitud correcta, un comportamiento correcto, en general, una vida de rectitud y devoción. No es algo que se consiga de un día para otro, y la vida coloca en situaciones donde es difícil saber que es lo correcto, por eso hay que tener una mente amplia y entrenada. Hay que saber meditar las acciones y medir sus consecuencias, conocer nuestros límites y tratar de romper barreras, siempre, en la dirección correcta. No tomar a la ligera nuestras palabras y nuestras acciones. Una persona de honor, es una persona que es capaz de tener una verdadera paz interior, puesto que no tiene nada de lo que arrepentirse dentro de su ser, puesto que siempre ha guiado su vida por el camino de lo correcto.

El honor no tiene inclinación por ninguna ideología política (como parece que muchos opinan), ni es una broma ni un juego, no es algo desfasado en el tiempo (aunque muchos opinan que es algo muerto y que forma mas parte de la leyenda que de la realidad), sino una forma de llevar la vida, de ver el mundo y de regir nuestras acciones. Una persona de honor, es una persona que cumple su palabra, sea cual sea, que mide sus palabras al milímetro, para además de tener una actitud correcta, no tener que arrepentirse de haber hablado, (el verdadero camino, es el camino sin remordimientos), es una persona que sabe controlarse, que tiene valor y coraje, que es cortés, sabio, que no se duerme en los laureles, que se esfuerza, que lleva la verdad siempre por delante, que no tiene miedo (a nada, ni al fracaso ni a la muerte), que tiene un profundo conocimiento de si mismo y que intenta comprender su entorno. Que no se queja de sus males o se los achaca a otros, que sabe sobrellevar los problemas y que mantiene intacta su dignidad y orgullo. Alguien de honor, que cumple sus deberes respecto del prójimo y de uno mismo, que hace lo que tiene que hacer (lo correcto) tanto con lo demás (le gusten o no esas personas) y consigo mismo.

Respecto a la segunda definición de honor, alguien que lleva una vida de honor y correctitud, quiera o no, tarde o temprano, esa vida tiene sus frutos. No se vive con honor por el hecho de querer esos frutos, es algo que surge, quien quiera tener honor por el hecho de esperar sus frutos, nunca los tendrá y nunca tendrá verdadero honor, porque no hace sus acciones por querer llevar un buen camino (y por lo tanto desinteresadamente) sino esperando el reconocimiento de los demás, es probable que no piense bien lo que hace, porque no se orientará hacia lo correcto sino a lo que hará que los demás le consideren alguien de honor, por lo que nunca podrá llevar el verdadero camino de lo correcto y del honor. Estos frutos que surgen del honor son bastantes y bien diferentes, aunque ciertamente en la antigüedad se le daba mucha más importancia al honor que en la actualidad, tampoco hay que ir muy atrás en la historia para ver que los caballeros desaparecieron no hace mucho, aun en 1900 quedaban caballeros, hombres que tenían honor y la tenían en muy alta estima.

La palabra de una persona de honor, en quienes conocen su modo de vida y su actitud, nunca será puesta en duda, se podrá tener una confianza ciega en esa persona y poner la mano en el fuego por ella. Será respetado por los demás (aunque siempre hay charlatanes, envidiosos y aduladores), podrá servir a los demás y a si mismo sin tener miedo cuando haga falta y siempre será bien recibido. La gente que le rodea le tendrá en alta estima y así además da ejemplo. Y alguien que sigue el camino del honor, ni estos frutos, ni miles de frutos más, ni miles de tentaciones deben desviarlo de su camino, y debe evitar a toda costa abandonar el camino de lo correcto.

Cada pequeña acción debe ser meditada sobre su correctitud, hasta la postura al sentarse, la forma de colocar el cuerpo, el apoyarse en donde no se debe. El respeto por los demás, la comprensión de las ideas y formas de vivir de los demás (que no digo aceptación, porque no debe considerarse correcto aceptar ideas o formas de vida que son por naturaleza injustas o van en contra de la dignidad humana), la aceptación de las buenas formas y el rechazo de las malas acciones. Hay que tener un control, tanto sobre nuestro cuerpo como sobre nuestra mente, rechazar las malos pensamientos, tener una mente clara y pensar por nosotros mismos. Cuando se nos plantee una idea que hace que se derrumben las nuestras, no dar el brazo a torcer rápidamente, si en el momento no se nos ocurre ningún planteamiento que defienda nuestra posición, habrá que aceptar la derrota, pero al tener rato libre hay que meditar ampliamente sobre el asunto, y tratar de encontrar lo correcto, si está en nuestra idea o en la nueva que se nos ha planteado, o quizás, en una fusión de ambas. Hay que tener una mente ciertamente entrenada, no dudar nunca sobre nuestras acciones, puesto que si han sido bien meditadas, serán correctas, y por lo tanto, hay que hacerlas sin dudar, hasta el final. Como dije antes rechazar los malos pensamientos, porque dejando que se llene la mente pensamientos incorrectos, será más fácil que empecemos a dejar el camino de lo correcto.

¿Por qué querer hacer lo correcto? Habrá gente que se pregunte porque ese machaque con hacer lo correcto, si realmente lo divertido es hacer lo incorrecto, saltarse las normas, hacer lo que se quiera, etc. ¿Para que molestarnos en hacer lo correcto? ¿O para que guiar nuestra vida según un código moral o unas normas? Es más fácil dejarnos llevar por las pasiones. Ciertamente vivir sin preocupaciones ni ataduras puede parecer (y sólo parecer) una forma de vida más atractiva que la antes mencionada. Parece más libre, sin tantas ocupaciones ni dificultades. Realmente esto es incorrecto, vivir sin ponerse una serie de normas y de códigos de conducta es ciertamente la forma de vivir atado. Lo primero es explicar el porque de vivir buscando hacer lo correcto. La razón más básica y simple es que vivir buscando hacer lo correcto sirve para mejorarnos a nosotros mismos, actuar con los demás de una forma agradable, o por lo menos, libre de reproche. Y aunque puede haber muchos puntos de vista distintos sobre lo que es correcto o no (porque hay muchas situaciones diferentes y muchas personas diferentes) siempre tenderemos a hacer lo mejor, el bien mejor, al querer hacer lo correcto, obteniendo una sensación de bienestar y paz interior que sería imposible obtener de otra forma. Buscar el camino correcto es buscar el camino de la verdad, es encontrar nuestra paz interior y manifestar esa paz a los demás. ¿Y cómo saber que es lo correcto y que no? Pues hay que pensar y meditar sobre lo que consideramos correcto y que no, sin una (aunque sea breve) meditación no podremos elegir verdaderamente el camino de lo correcto. Vivir sin habernos impuesto una serie de normas morales (y respetándolas) es reinar en un imperio de anarquía. El imperio somos nosotros y las leyes nuestros valores, debemos decidir que esta bien y que no, tampoco decir a todo si o a todo no, hay que hayar nuestra justa medida y buscar razones para esas decisiones. No decidir simplemente porque sí, todo tiene un porque y hay que buscar el porque de nuestro agrado o rechazo hacia las cosas. Vivir enfrascado en el mundo de las pasiones tampoco es algo bueno, pues nos esclaviza y deja un vacío dentro de nosotros. Cuando vivimos disfrutando en exceso (y a veces sin exceso) de los placeres físicos, requerimos de estos para estar bien causando una necesidad, una dependencia. Puede ser una dependencia fácil de cortar o no, (¿quién no conoce a un fumador que no consigue dejarlo?) pero por lo general cuesta dejar las dependencias, sobre todo cuando se necesitan para sentir placer o estar contento. La razón por la que dejan un vacío en nuestro interior es que las drogas (especialmente las que producen un cambio en nuestro estado mental) tras consumir lo suficiente para que hagan un efecto ligeramente fuerte (tener resaca al día siguiente, o simplemente dejarnos contentos (o colocados)) producen un cambio en la gente de despreocupación y desenfreno, comportándose en muchos casos como animales guiados solo por los instintos básicos. Se dicen cosas que no se debieran decir y se esconden tras el hecho de: estaba borracho (o lo que sea que estuviese) y se hacen cosas que normalmente no se harían (y que no se harían por alguna razón). Además normalmente (por no decir siempre) producen malestar general tanto en el cuerpo como en la mente. Realmente es difícil alcanzar una paz interior si embotamos nuestra mente con alcohol y drogas consumiendo nuestras fuerzas de una forma tan fútil y presumiblemente haciendo lo que no se debe hacer en el estado de embriaguez. Y es que el movernos por el mundo de las pasiones nos distrae de nuestros deberes, además de que nos incita a querer siempre más, pues como no nos sacian por completo, siempre querremos más y más, haciendo que nos comportemos como animales, por instinto. Y no sacian por completo, porque no sacian la sed del alma, que es la verdadera sed que sufrimos los mortales. La sed de conocimiento y de comprender el porque de la vida y de nuestra existencia. Las personas que eluden hacerse esas preguntas son débiles y asustadizos. Y las personas que intentan encontrar la felicidad por medio del placer físico, solo consiguen sentirse más desdichados, sino a corto plazo lo harán a largo, porque todos los placeres físicos tienen su contrapartida de dolor.

Y cuando hablo de dependencia a ciertas cosas, veo que la mayor dependencia que sufre todo el mundo, es el supuesto amor. Una palabra que en mi opinión a veces se usa muy a la ligera, sobre todo en los medios de comunicación. En videoclips que dicen la palabra "love" (amor en inglés)y se ve claro, q hablan de todo (o mas bien solo de sexo) pero no de amor. Se habla de amar a una persona cuando realmente todavía no se la conoce bien. Y asocian el mero sexo con amor, vaciando de contenido y esencia una palabra, en principio, tan hermosa. Pero los principales problemas que veo respecto a esto del amor es que primero, se vende la moto de que lo mas importante que hay es encontrar a la persona amada y segundo que la gente confunde amar con necesitar, y pasan de amar a alguien a necesitar de su presencia para vivir bien. No considero que encontrar a una pareja sea lo más importante de la vida ni mucho menos. Encontrar a una persona a la que realmente se ama puede suceder como no suceder, es algo más de suerte que otra cosa... Aunque con la cantidad de personas que hay en el mundo, es difícil que no pase, pero muchas veces, la gente vive esperando que suceda o lo busca con ahínco, y se obligan a creer que esta persona tiene que ser la que busca o la que ama, simplemente, por necesidad (o necedad), por querer tener a alguien, porque las personas no quieren estar solas... ¿Solas? Realmente vamos a estar menos solos con un/a novio/a (o persona que supuestamente amamos)? Mas bien, yo diría, que en la mayoría de los casos, se pasa de estar con muchas personas (amigos, familia), a estar con una única persona mucho tiempo. Se nos limita nuestra compañía a una única persona predilecta, que probablemente no tenga todas las virtudes del mundo (aunque a los enamorados les parezca lo contrario), perdiendo contacto con el resto y limitando tu vida, pensamiento e ideas a un único individuo. Creo que se está más solo así, que de la otra forma. Habría que saber distribuirse adecuadamente el tiempo y tener claro ciertamente si amamos de verdad o "por antojo". Y es que cuando se ama (de verdad o de antojo) si no se tiene cuidado se puede caer en la obsesión y en la necesidad. Obsesión de no dejar de pensar en esa persona y volverla el centro de nuestra existencia, cosa que hay que evitar a toda costa. Y también se da el caso en que las personas tergiversan el sentido del amor, pensando que la otra persona es SU pareja, es SUYA, y confunden amor con posesión, controlando la vida de la otra persona y modificando al individuo a su idea ideal, eliminando asi a la persona original de la que supuestamente estaba enamorado. Y si la pareja encima es tan débil o necesita tanto del otro para dejarse manipular como si fuese arcilla, pierde su orgullo y su significado y la otra persona lo convierte más que en su pareja, en su muñeco. Y así pasa muy a menudo y se modifican unos a otros. Y se limitan la vida y se besan y se dicen que son felices... Dulces mentiras para dormir tranquilos. Hay que tener cuidado si se busca el amor, más vale no buscarlo, sino encontrarlo como quien encuentra una bonita flor por casualidad. Es bueno descubrirla, observarla y admirarla, pero no arrancarla ni llevárnosla a casa, donde se marchitará y perderá su color y belleza.

Sobre nuestros objetivos. Cuando nos marcamos un objetivo en la vida, sea cual sea, si es un objetivo importante para nosotros, debemos poner el máximo empeño y esfuerzo en llevarlo a cabo. Esforzarnos al máximo y durante todo el tiempo necesario para cumplir ese objetivo, sin dudar sobre si lo lograremos o no o flaquear en nuestro ánimo. Simplemente trabajar para lograrlo, centrarnos en el objetivo hasta conseguir nuestra meta. Se puede dar el caso de que nos hayamos planteado una meta demasiado grande o que requiere mas tiempo del que podemos darle, debemos tener preferencias en nuestra vida y ver cuales son las realmente importantes. Aun así, siempre se puede dejar de lado durante un tiempo, hasta que nos podamos ocupar de ella, o si las cosas se tuercen y resulta que no lo podemos conseguir, podemos darle una victoria temporal y esperar el momento oportuno (sin obsesionarnos ni centrarnos en este objetivo ahora imposible de conseguir) hasta que se de una situación favorable para lograrlo. Tener siempre buen talante y humor, asi como fuerza y ánimo. No perder nunca la esperanza y luchar día a día con todas nuestras fuerzas para conseguir lo que queremos.

Y retomando el hilo de lo correcto, alguien que desea hacer lo correcto, debe ir siempre con la verdad por delante, conlleve lo que conlleve esto. Mentir implica, a parte de un acto deshonroso, ya que estamos quebrantando la confianza que ponen la gente que cree en nuestras palabras, una serie de problemas posteriores. El mentir hace que tengamos que vivir llevando mentiras a nuestras espaldas, y una sola mentira, para que no sea descubierta, puede hacer que tengamos que mentir más. Como ejercicio de realización imaginativa puede ser interesante, no lo pongo en duda, pero no es la forma correcta de llevar la vida. Se sabe perfectamente lo que implica ser una persona mentirosa, que la gente no tenga confianza en nuestras palabras y siempre se ponga en duda lo que decimos (sea verdad o no). ¿A quién no le contaron nunca la historia de Pedro y el Lobo de pequeño? Y no es no mentir por lo que puede suceder, es por algo moral y ético más básico aún. El hecho de mentir, como ya dije antes, quebranta la confianza de los demás en nosotros, y quebrante nuestra propia confianza en nosotros mismos, hay gente, que termina por creerse sus propias mentiras. Tenemos que ser concisos con la realidad y no intentar ver más allá de lo que simplemente hay. Con esto me refiero, a no montarnos nuestros mundos y batallas en los que las personas tienen siempre segundas intenciones para todo y todas son para hundirme a mi o para aprovecharse de mi, etc. Debemos ser capaces de percibir la realidad tal y como es, que si que pueden existir las segundas intenciones en las acciones de una persona, pero debemos aprender a ver cuando es así y cuando no. Si nos mentimos a nosotros mismos, seremos incapaces de hacer esto. Además, el hecho de llevar siempre la verdad por delante hace que tengamos más claras las cosas y dejarlas más claras a los demás. No creo en las mentiras inocentes o en las piadosas, las cosas son como son y, debemos conocerlas tal y como son, siempre.

Sobre la muerte. La muerte es inevitable. Es el final de la vida y según nuestras creencias, quizás el comienzo de otra nueva, o no. La cosa clara, es que es el final al que estamos ligados, nos guste aceptarlo o no. Y es preciso que lo aceptemos cuanto antes y no temamos morir. El miedo a la muerte es un lastre que no podemos permitir tener. Es un lastre, porque si tememos morir, ese miedo, estará presente en cada de una de nuestras acciones, nuestro excesivo apego a la vida, por el miedo a morir, hará que cometamos muchos actos deshonrosos, y que cuando se precise de coraje y de valor, huyamos con la cola entre las piernas. Y es que temer a la muerte es un acto más bien absurdo, puesto que forma parte de la vida. Es distinto el temer al dolor innecesario o vacío de sentido, el sufrir por sufrir, sin que con ello obtengamos un objetivo, que se nos obligue a sufrir sin sentido. Pero como tarde o temprano, la vida se acabará, debemos aceptarlo y prepararnos para morir, en vez de, huir de la idea y convencernos de que falta mucho para eso y olvidarlo en algún rincón de nuestra mente, para que, cuando aparezca la muerte, nos coja desprevenidos y sin habernos preparado. Por prepararse para la muerte me refiero, a haber meditado acerca de ella, sobre como nos gustaría que fuese nuestro fin, y como afrontaremos ese fin. Como viviremos nuestra vida para que nos podamos sentir contentos con ella hasta el último momento. Si no nos paramos a meditar sobre nuestra muerte, no podremos desarrollar nuestra vida de la forma en que queramos que lo haga. Solamente responderemos a los estímulos del presente según lo que consideremos mejor en ese momento, pero si, tenemos un objetivo final, queremos alcanzar un destino, una forma, un momento, un instante, con el que abandonaremos este mundo orgullosos de nosotros mismos, podremos guiar nuestra vida por el camino de lo correcto y de nuestra propia gloria. Y, quien no teme a la muerte, no teme a nada, porque lo peor que puede pasarnos, es morir, puesto que por el hecho de estar vivos hay esperanza, y con esperanza, todos podemos vivir con un mínimo de felicidad en nuestro interior. Hay que aceptar tanto nuestra muerte como la de los que nos rodean.

Y los que persiguen absurdamente la inmortalidad terrena, o sueñan con ella, son unos necios con un apego excesivo a la vida, pues lo correcto es morir. Ciertamente la inmortalidad no nos otorga la felicidad que podemos creer que da, ni a nosotros ni al resto del mundo. Estamos aquí para desarrollarnos como personas, para aprender y enseñar, y finalmente dejar sitio para las futuras generaciones. Quién desea su vida antes que la de los que han de venir, es un egoísta indigno.

Y cuando se siente abatida nuestra alma por diversas razones que no somos capaces de explicar por completo y no sabemos bien como salir del agujero, hay que mirar dentro de nosotros y descubrir que falla. Pueden haber miles de razones o quizá solo una, pero si estamos mal, es que algo falla, y tenemos que ser capaces de descubrir que es lo que anda mal. Tenemos que ser más capaces aun de saber definir perfectamente cada sentimiento que experimentamos y estar atentos a los motivos que hacen que los tengamos. Debemos vivir siempre en un estado pleno de alerta, tanto de las situaciones externas como las internas, estar vigilantes, para llevarnos menos sorpresas (porque, la vida, siempre nos tiene preparadas sorpresas inevitables) que quizás no sean de todo nuestro agrado. Y si nos cansamos y queremos tirar la toalla, es prudente darse un pequeño descanso, pero volver a retomar el camino y no cesar en nuestro empeño. No rendirse jamás y dejar de lado las lamentaciones y penas. Tomar por distintos caminos o distintas estrategias, elegir el mejor camino para nosotros, habiéndolo meditado concienzudamente antes, pero no abandonarnos a la derrota. Estar siempre dispuestos a sacrificarnos por nuestras ideas y nuestros sueños, y también por las ideas y sueños de las personas que apreciamos, así como por ellos mismos. Respetar a los que ya no volverán y mantener un espíritu esperanzado y fuerte en su marcha. Consolar y animar al débil y al que sufre y recordar su pasada gloria para que no muera en el olvido. Nunca apagar (ni dejar que se apague) la llama de nuestra vida y nuestros sueños. Cada día sentirnos un poco mejor con nosotros y mejorar algún aspecto de nosotros. Todos los días dedicar un poco (o un mucho) de tiempo a meditar. Ser paciente y comedido, comprensivo (pero no manipulable), fuerte (pero no insensible y también flexible para no romperse), saber aconsejar y que los demás puedan tener plena confianza en nosotros. Intentar que nuestra vida sea tal que, sea imposible poder criticar algún rasgo de nuestro comportamiento y/o actitud. Mantener una mente limpia y sin contaminar, mantener inocencia en nuestro corazón a la vez que una mente fría y calculadora. Dominar las pasiones y los sentimientos, no tener dependencias de ningún tipo, ser libres en nuestro interior y cumplidores.

Sentir la vida en cada sorbo de aire. Y, ante todo, ser consecuentes con el tiempo que se nos ha dado.

Pedro Jiménez de León

La mujer española.

Como soy prufundamente machista, dedico este texto a las mujeres de bien que aún quedan. Supongo que las feministas me llamarán de todo por ensalzar de esta forma a la mujer. En fín, uno no entiende a los liberales ni a los libertinos. Bueno aquí os dejo mis palabras escritas a las grandes mujeres españolas que aún quedan. Ellas saben sobre quién escribo.

En España desde tiempos inmeriables se ha profesado culto a la mujer.

En el paisaje, austero, recio, varoníl, de España, es claro que la mujer , con su gracia, apareció siempre como una flor en medio del erial. Pero no solo con su gracia, sino que en una tierra como la española, que genera tan profundas pasiones, ha sido siempre la mujer, con su virtud, con su sentido de la realidad, el complemento indispensable del hombre. Así resultó, como oposisión al erial y la pasión esa síntesis tan característica de la mujer española entre gracia y contención. El español de todos los tiempos idealizó a la mujer, la subliminó y la veneró; el vió en ella una criatura más que humana: una encarnación de la virtud un ideal. Por eso se comprende por qué los españoles han sentido siempre una predilección especialísima por la Virgen María y el que vean en la mujer sobre un trasfondo religioso. La elevada consideración que tiene el español de la mujer explica la extraordinaria importancia social que ella tiene en España, y consiguientemente el importante papel que le corresponde en la evolución de España hacia formas de vida más completas.

La mujer es la roca hispana, esa roca que uno percibe en todas las creaciones españolas desde tiempo muy antiguo . Hay en la cultura española algo interior, duro y permanente que subyace en todas las creaciones de este país, a través del tiempo y de sus cambios: algo que perdura igual así mismo, vencedor de culturas, lenguas, ideas y estilos. y acaso el fundamento de esta roca, lo que está debajo de ella, sea la mujer.

miércoles, 15 de julio de 2009

Porque não sou socialista-100 Razões para não ser socialista

O Socialismo é uma teoria que subordina o indivíduo à sociedade. Nesta ambiente político enquanto a individualidade de cada um lastimavelmente se perde a sociedade encarrega-se de explorar o Estado até ao seu completo esgotamento. A subjugação da pessoa à mediocridade das maiorias, uma vez que os homens dotados de caracteres inferiores são em número muito superior aos homens sábios e nobres, resulta numa ditadura de pensamento único imposto pelas massas embrutecidas e por quem as domina. O cidadão inteligente habituado a pensar é marginalizado. O socialismo, influenciado pelo individualismo protestante, abarca uma grande variedade de denominações, correspondendo a alguma diferença superficial, porém a sua essência é comum a todas as formas. A essência compõe-se pelas abstracções de Liberdade e de Igualdade forjadas nas lojas maçónicas. Neste campo confrontamo-nos assim com: o Socialismo Católico (uma fraude); o Socialismo Utópico (primórdios); o Socialismo Científico (comunismo) detentor de uma doutrina para além de internacionalista antipatriótica, antiburguesa logo contra as classes médias; a Social-Democracia; o Socialismo Libertário (anarquismo). Este leque tem similitude política com a direita liberal, o centro e a esquerda do leque político nacional.

1 - Não sou socialista porque a ideia sobre o Estado alimentar todos com subsídios e rendimentos mínimos não é feita com a intenção de resolver efectivamente o problema das pessoas mas sim de resolver o problema da superprodução mundial. Já em 1818 enquanto a população aumentava 20 por cento a produção crescia em 1500 por cento. Pessoas com dinheiro mas sem ocupação são consumidores por excelência, as massas têm que ter poder de compra para assim escoarem o excesso de produção. Mas, a pobreza do Estado aumenta diariamente, as reservas de ouro que são a garantia da sobrevivência do nosso povo vão sendo transferidas dos cofres nacionais para algures fora das fronteiras. Desde 1974 já nos libertaram de mais de 500 mil toneladas de ouro. O colapso financeiro será uma inevitabilidade, a economia socialista é insustentável.

2 - O socialismo pugna, desde a sua origem com Robert Owen, no Século XIX, para que não exista propriedade individual, para que não haja religiões e para não haja laços legais em matéria sexual, o que equivale ao fim da família. Acabando a família acaba a raça, extingue-se um povo.

3 – Não sou socialista porque o socialismo, apostando tudo na sociedade e negligenciando o Estado e a pessoa, provocará a falência do Estado e o declínio da pessoa através da massificação.

4 - O socialismo é não só irreligioso como ainda ferozmente anti-religioso, especialmente anticatólico.

5 - Não sou socialista porque a livre concorrência, descartando a intervenção do Estado, provoca a concentração de fortunas, forma monopólios. Este feroz liberalismo socialista, encontrando as fronteiras escancaradas, permitirá que a concentração do ouro conflua para onde a exploração humana for maior. Expõe-se assim um paradoxo socialista, agrava-se a exploração do homem pelo homem no socialismo.

6 - O socialismo permitindo a corrupção e a vigarice descura os interesses dos mais fracos, dos mais pobres e dos mais honestos que assim são vítimas fáceis dos mais oportunistas e dos astutos individualistas.

7 – Não sou socialista porque o Estado deveria intervir nos fenómenos económicos a fim de conservar a sustentabilidade económica e de promover a harmonia entre empregados e empregadores. Mas, o radicalismo socialista fanatizado pela liberdade não permite um Estado forte.

8 - O socialismo abomina a disciplina, porém a indisciplina gera destruição e esta infelicidade.

9 - Não sou socialista porque as promessas socialistas, que entusiasmam as massas embrutecidas, apelam para uma menor desigualdade na partilha dos recursos e por uma liberdade para todos, mas o resultado é precisamente o inverso, aumenta a desigualdade e diminui a liberdade.

10 - O socialismo abstém-se de moralizar homens e credibilizar instituições.

11 - Não sou socialista porque a fim de guiar os povos, outro famoso percursor do socialismo, amante das doutrinas do liberalismo económico, Saint-Simon, funda uma espécie de cooperativa internacional composta dos sábios do seu tempo. Mas tudo o que labora na obscuridade dos grupos internacionais, tudo o que não é claro, é de desconfiar não oferece credibilidade nem confiança.

12 - O socialismo caracteriza-se por um anticlericalismo feroz.

13 - Não sou socialista porque com a chegada do socialismo ao poder aboliu-se a autoridade, garante da ordem pública, e instituiu-se em seu lugar a liberdade cujo conceito é totalmente abstracto. O resultado é o aumento da anarquia.

14 - O socialismo apoia sistematicamente a acção do indivíduo contra o Estado, e apoia ainda as forças de desagregação antinacionais.

15 - Não sou socialista porque os metafísicos socialistas têm trabalhado no sentido de abalar as crenças teológicas. No entanto os sábios que estão no topo da pirâmide socialista não se desligam das crenças milenares, nem adoptam as falsas crenças como as que impingem às massas.

16 – O socialismo desconhece o prazer do sacrifício, o gosto do cumprimento do dever. A satisfação de vencer a privação.

17 - Não sou socialista porque o socialismo transformou as massas de produtores em consumidores. Obviamente que as massas de consumidores, graças à insustentabilidade económica, desaparecerão com o tempo. O desgaste natural dos recursos ditará o fim dos consumidores considerados inúteis.

18 - O socialismo aposta nas teorias da gratuitidade, nos facilitismos e subsídios de tudo para tudo e para todos.

19 - Não sou socialista porque no topo da hierarquia da sociedade freneticamente industrial encontram-se os banqueiros que vão acumulando todo o ouro dos povos.

20 - O socialismo, visando derrubar todas as fronteiras, promove a propaganda anarquista, ataca toda a autoridade.

21 - Não sou socialista porque o socialismo tem as suas mais tenras raízes em sociedades secretas. A conspiração para a igualdade floresceu no obscurantismo das ceitas à margem da sociedade.

22 - O socialismo anda de mãos dadas com o positivismo, com o federalismo, com o laicismo.

23 - Não sou socialista porque ambos os sistemas económicos socialistas são maus, quer o sistema egoísta, com o seu individualismo, o laissez faire, leissez passer, preconizado por Bastiat., a concorrência desenfreada, quer o sistema da igualdade que quebra os elementares princípios de justiça natural. A ideia socialista de que a natureza concedeu a todos os homens igual direito a todos os bens é falsa.

24 - O socialismo denegride o heroísmo e exalta o primitivismo.

25 - Não sou socialista porque desde o início do socialismo que a abolição da hereditariedade é para cumprir. O comunismo fê-lo por decreto, o socialismo rosa fá-lo de forma suave. Diminui o poder de compra de forma a que a propriedade privada desapareça e por conseguinte nada haverá para deixar como herança à descendência. Isto é hipotecar o futuro daqueles que estão para nascer. Neste contexto lembramos o socialista Proudhon bradando que a propriedade é um roubo, argumentado que a propriedade é injusta e impossível.

26 - O socialismo sempre falou em nome do povo, para desta forma tirar o poder das mãos de muitos e o concentrar nas mãos de poucos.


27 - Não sou socialista porque o socialismo corrompeu o cristianismo, e da ideia de Buchez (1796) de que o espírito cristão não está em contradição com o espírito revolucionário nasce o aberrante socialismo cristão. Assim a autoridade e a desigualdade instituída por Deus converteram-se em liberdade e igualdade. Entende-se ainda que o espírito da fraternidade organizará a sociedade de uma forma simultaneamente cristã e democrática. E assim chegámos ao medonho Socialismo de Sacristia.

28 - O socialismo abraça todas as podridões modernas. Apoia perversidades, o aborto e outras mais, é deplorável, é lastimável.

29 - Não sou socialista porque sempre que se pretende realizar um plano ilegítimo, o socialista revolucionário promove uma revolução e usurpa direitos aos quais não teria acesso. A subversão, valor satânico, é premiada.

30 - O socialismo disseminou a liberdade irregulamentada, incondicional, tornando-a valor sagrado. Castra em simultâneo a liberdade para educar.

31 - Não sou socialista porque o direito ao trabalho, não faz parte dos planos socialistas. Na Europa socialista o desemprego agrava-se diariamente.

32 - O socialismo vive da ambição, do desejo do poder pelo poder.

33 - Não sou socialista porque na corrida louca pelas transformações económicas, verdadeiro objectivo socialista, todas as medidas se justificam como por exemplo a injusta e inútil lei da paridade, que obriga as mulheres, independentemente do mérito, a ocuparem lugares de decisão. Claro que para os planos socialistas serem satisfeitos os capitalistas investem milhões, mas os ganhos da cúpula capitalista serão altamente recompensados.

34 - O socialismo matou a alma do povo, a nação adulterou-se, ceifou o corpo orgânico marcado por interesses comuns em expansão na maravilha da unidade.

35 - Não sou socialista porque um ícone de topo socialista, Fourier, chega ao ponto de afirmar que a moral mutila inutilmente a humanidade. Defende que as paixões más são boas porque ambas derivam da vontade de Deus. Esta alucinação não poderia ser mais contrária quer à moral cristã, quer mesmo à moral pagã greco-romana.

36 - O socialismo transforma a unificadora consciência nacional na particular e conflituosa consciência de classe.

37 - Não sou socialista porque o socialismo nunca quis compreender o mundo, mas sim mudá-lo. A verdade não tem qualquer relevância para as concepções socialistas. Como a Verdade não interessa, sobra a falsidade como farol, e logicamente constatamos o falhanço das teorias socialistas em todas as áreas, embora normalmente só se foque a economia ruinosa. A mudança acontece para que o poder balance e se concentre noutro lugar e sirva outros interesses e outros povos. Uma coisa é certa os europeus perderam profundamente com as conspirações socialistas. Portanto pode-se concluir que o pólo dinamizador do socialismo está algures fora da velha Europa cristã.

38 - O socialismo é uma máquina de agregação de interesses com a finalidade de privilegiar os interesses particulares e sectários.

39 - Não sou socialista porque com o socialismo a sociedade afasta-se da Nação.


40 - O socialismo não evita a decadência nem a perda de vigor evolutivo.


41 - Não sou socialista porque o socialismo luta sempre pelos direitos do homem, mas nunca pelos deveres, fomentando assim exércitos de parasitas, oportunistas e vigaristas.

42 - O socialismo agarrado ao dogma igualitário, embrutece e empobrece, fomenta o terror das massas, cria os sub-homens, tal como diz Nietzsche.

43 - Não sou socialista porque no socialismo há sempre lugar para a violência e para o extremismo, quer o comunismo quer o anarquismo são ramificações do mesmo esgoto socialista. A mentalidade revolucionária não olha a meios para atingir fins, recorrendo ao terrorismo e ao sindicalismo, colocam bombas, fazem greves gerais, revoluções, destroem o sector produtivo, fazem o que calha para mudarem a sociedade a fim de que os seus objectivos sejam cumpridos.

44 - O socialismo venera a liberdade sem definir o seu conceito. A submissão instituída à liberdade indefinida conduz ao despotismo e à anarquia. Em lugar da concórdia instala-se a discórdia.

45 - Não sou socialista porque o antipatriotismo lhe é inerente.

46 - O socialismo promove a anomia, a desordem. A ideia abstracta de liberdade conduz a que não se respeitem os outros, mas, o problema é que todos gostamos de ser respeitados.

47 - Não sou socialista porque o socialismo tende para o totalitarismo, ora concentra o poder no Estado, ora num grupo restrito de capitalistas. A ideia do imperalismo socialista esteve sempre presente, sempre os socialistas abraçaram a ideia dum federalismo europeu., e em última escala a ideia do Governo Único Mundial.

48 - O socialismo tem um tentáculo que descristianiza a sociedade e outro que a judaíza, o valor do amor é trocado pelo valor do ouro.

49 - Não sou socialista porque o socialismo está possuído por um radicalismo paralítico, no sentido em que castra uma evolução natural, revolução é oposto de evolução.

50 - O socialista troca de bom grado a razão pela sensação, pela paixão e pela imaginação.

51 – Não sou socialista porque o socialismo é brando no combate ao crime, a criminalidade aumenta assustadoramente a cada dia que passa e está totalmente fora do controlo das autoridades.

52 - O socialismo produz sociedades de consumo, sobressaem os valores materialistas e hedonistas, onde a solidariedade e a fraternidade deixam de ser marcantes. Eis mais um paradoxo pois um lema forte do socialismo é a fraternidade.

53 - Não sou socialista porque na realidade todo o socialismo é ateu e materialista.

54 - O socialismo condena a xenofobia mas fomenta a xenomania.

55 - Não sou socialista porque o socialismo tem diferentes origens sentimentais, e ambas más, ora assenta no hedonismo, ora no utilitarismo.

56 - O socialismo não garante a tranquilidade aos povos, em vez disso coloca-os em permanente agitação, fomentando sempre uma nova perturbação na ordem estabelecida. A opinião pública é permanentemente excitada.

57 - Não sou socialista porque alguns socialistas embora conhecendo a verdade, escutemos o socialista inglês Ruskin "É preciso aceitar as relações sociais e naturais de subordinação e de comando, aceitar a desigualdade", promovem a mentira.

58 - O socialismo baniu a arte dramática altamente libertadora e que inspira o homem superior, colocando no seu lugar a decadente comédia e o drama que só inspiram homens rasteiros.

59 - Não sou socialista porque o socialismo sofre de contradições internas que se vão agravando até provocarem a ruína total do sistema. Entre As quais a mais que evidente contradição entre liberdade e igualdade.

60 - O socialismo deseja o progresso, o fervilhar no caos, a dinâmica desregrada e atabalhoada. Assim, alimenta os apetites mais gananciosos aumentando as desigualdades sociais, deixando visível o paradoxo socialista.

61 - Não sou socialista porque a liberdade política é uma ideia e não uma realidade. Não há igualdade na natureza, a própria natureza estabeleceu a desigualdade dos espíritos. Os caracteres e as inteligências não são iguais entre os homens. As leis da criação estabeleceram a subordinação.

62 - O socialismo investe em todas as emancipações alienando dessa forma os indivíduos das suas obrigações naturais. O incumprimento do dever arrasta as pessoas para a miséria se não económica certamente social. O ser independente em relação à realidade não é um bem é um mal.

63 - Não sou socialista porque a liberdade transforma as pessoas em bestas porque sem a noção de Bem, estas colocam em evidência os piores instintos.

64 – O socialismo é claramente um movimento desagregador de famílias, pode-se verificar isso na alta taxa de divórcios em comparação ao número cada vez mais reduzido de casamentos. Desde a instalação do feminismo e das emancipações atribuídas às mulheres que foi destruído o verdadeiro significado da família. Perpetuam-se assim as indesejáveis perturbações familiares.

65 - Não sou socialista porque na sociedade socialista a corrupção faz parte natural do sistema, todos convivem relativamente bem com os delitos contra o bem-comum e contra o Estado.

66 - O socialismo combate Deus, a Pátria e a Família, mas fora destas realidades não há prosperidade nem plenitude.

67 - Não sou socialista porque em tal teoria se abusa do recurso a empréstimos, aumentando exponencialmente a dívida externa, comprometendo assim a independência das nações, e o futuro dos nossos filhos.

68 - O socialismo fala em nome do povo e manipula-o conforme os seus objectivos, mas o conjunto de pessoas que formam o povo tem pensamentos e necessidades muito diferentes.

69 - Não sou socialista porque o socialismo traçou a meta da mudança e do progresso mas o fim poucos sabem qual é.

70 - O socialismo nutre o maior desprezo pela fidelidade que é a fonte do respeito, de obediência e da felicidade sustentada pela força positiva da aliança.

71 - Não sou socialista porque o socialismo recorre sempre ao argumento do sistema que se funda na vontade de todos para que seja possível o proveito de alguns.

72 - O socialismo prefere a paixão e a imaginação secundarizando a razão e a verdade.

73 - Não sou socialista porque ministrar um ensino público sem religião e sem Deus é destruir uma civilização. Sobra a incompetência, o imoralismo, a deseducação, a mentira.

74 - O socialismo agarrado ao positivismo descartou-se do valor das coisas, a qualidade foi desprezada, chegou o relativismo, turva-se a verdade.

75 – Não sou socialista porque o socialismo promove a aculturação de onde resulta a descaracterização dos povos e a perda irremediável da genuinidade, pala além de quebrar as afinidades entre os indivíduos, produzindo assim a morte das culturas originais e a infelicidade das pessoas.

76 - O socialismo aderiu a todas as roturas com todas as verdades eternas herdadas dos nossos ancestrais.

77 - Não sou socialista porque o socialismo favorece a apatia política, a indiferença, a desesperança, o conformismo, onde quem não se manifesta contra é considerado a favor do seu sistema.
78 - O socialismo subordina o homem à máquina, instituiu a competição e destruiu a fidelidade que garantia a união das pessoas.

79 - Não sou socialista porque no socialismo a vida não tem sentido transcendente, só resta a mediocridade espiritual.

80 - O socialismo só aceita a cultura politica socialista, daqui resulta um único padrão de orientação de massas, não de acordo com o bem, mas sim com o interesse. È o chamado pensamento politicamente correcto.

81 - Não sou socialista porque a tolerância que o socialismo apregoa origina que as leis não se cumpram devidamente. O injusto triunfa assim sobre o justo.

82 - O socialismo domina e manipula as massas pela emoção e pela moda, levando ao desaparecimento da moralidade.

83 - Não sou socialista porque a ética socialista é a da convicção, incita cada um a agir sem se preocupar com as consequências, diz para vivermos como pensamos, sem pensar como vivemos.
84 - O socialismo recorre à lavagem cerebral das massas através das instâncias de socialização, principalmente os órgãos de comunicação social e o ensino público, inculcando assim as suas convicções e contravalores sempre para proveito de poucos mas para prejuízo de muitos.

85 - Não sou socialista porque o socialismo na demanda da igualdade opõe-se a toda a hierarquia, mas sem hierarquia é impossível a ordem.

86 – O socialismo cria artificialmente necessidades nos indivíduos de forma a conserva-los eternamente insatisfeitos. Desta forma se potencia o consumismo e se conserva a mentalidade revolucionária.

87 - Não sou socialista porque o socialismo é um totalitarismo encapotado, quer moldar o Mundo à sua imagem, diz-se democrático mas não tolera partidos reaccionários, todos são obrigados a aceitar as mudanças revolucionárias.

88 - O socialismo seculariza, substitui o sagrado e o misticismo por padrões pragmáticos e utilitários, desordenando assim o mundo, porém no caos não há felicidade.

89 – Não sou socialista porque o socialismo promove o multiculturalismo e a globalização, consequentemente, cresce o desentendimento entre raças e etnias o que dá origem a um mau estar social no início e, mais tarde, possivelmente, a indesejadas guerras civis.


90 - O socialismo onde se instala conduz uma boa parte da população à depressão e ao suicídio. Portugal tem 1 milhão de pessoas em depressão e o suicídio é a oitava causa de morte.

91 – Não sou socialista porque o socialismo institui políticas anti-natalidade que levam à extinção dos povos, isto reflecte-se na organização das famílias e da sociedade; por exemplo, são inadmissíveis os altos custos que exigem os infantários por cada criança. Estes impedem os casais submetidos ao socialismo de ter filhos.

92 – O socialismo investiu contra o homem europeu. Infelizmente testemunhamos a deseuropeização do homem europeu, a desaportuguezação dos portugueses e por aí fora. Perdem-se as identidades, as tradições e o património cultural e civilizacional. Na Europa socialista os europeus estão desenraizados.

93 - Não sou socialista porque o socialismo destruiu a hierarquia dentro do lar, o que provoca o fim da família. Uma vez que é impossível conviver em tal ambiente anárquico só restam duas saídas, ou a violência doméstica baseada na lei do mais forte ou o divórcio para evitar violências maiores.

94 – O socialismo tende a abolir a propriedade privada. Os filhos não herdarão nada de seus pais, neste momento já é visível esta realidade. As pessoas estão cada vez mais desprovidas de bens e não têm poder de compra para os adquirir. Terão ainda que vender o pouco que têm para poder sobreviver.

95 - Não sou socialista porque o socialismo engendrou o feminismo que é um movimento subversivo apoiado na luta de sexos, para o domínio da classe feminina. A consequência é o desequilíbrio e instabilidade familiar obrigando homem e mulher a competirem em vez de se complementarem.

96 - O socialismo incentiva a imigração ilegal directa ou indirectamente, aumentando assim o lucro dos patrões e aumentando também a taxa de desemprego


97 - Não sou socialista porque o socialismo alimenta o individualismo, subordinando assim o interesse geral à conveniência particular, coincide com o egoísmo no plano moral. Como consequência aumentam as desigualdades sociais devido ao princípio injusto do “vale tudo”.

98 – O socialismo trouxe a degradação dos bons costumes, acabou o respeito, aumentou a falta de educação, medrou a ordinarice.

99 - Não sou socialista porque o socialismo fomenta o endividamento familiar para dinamizar a economia, contudo para além de não resolver o problema económico provoca ainda danos familiares irreparáveis.

100 – O socialismo alimenta-se de dois tipos de repúblicas, a dos bananas e a dos sacanas.

Arrojo contra timidez

Otra consecuencia del «ser» caballeresco es la preferencia del arrojo a la timidez o de la valentía al apocamiento. El caballero cristiano es esencialmente valeroso, intrépido. No siente miedo más que ante Dios y ante sí mismo. Pero ¿qué sentido tiene esta valentía? O dicho de otro modo: ¿por qué no conoce el miedo el caballero cristiano?

Lo característico, a mi juicio, de la intrepidez hispánica es, en términos generales, su [75] carácter espiritualista o ideológico, o también podríamos decir religioso. En efecto, se puede ser valiente –o por lo menos dar la impresión de la valentía– de dos maneras: por una especie de embotamiento del cuerpo y de la conciencia al dolor físico, o por un predominio decisivo de ciertas convicciones ideales. En el primer caso situaríamos la valentía de los primitivos, de los hombres toscos, rudos, endurecidos, encallecidos física y psíquicamente; es una valentía hecha en su mayor parte de inconsciencia y de anestesia fisiológica; es una propiedad –¿cualidad o defecto?– de la raza, de la fisiología, de la constitución somática. En el segundo caso situaríamos la valentía de los que van a la lucha y a la muerte sostenidos por una idea, una convicción, la adhesión a una causa. Estos saben bien lo que sacrifican; pero saben también por qué lo sacrifican. Tipo supremo: los mártires. Sin duda alguna este segundo modo de la valentía es la que merece más propiamente el nombre de humana. La primera es animal; está en relación con el sexo, con la fisiología, con la anatomía, con la especie o la variedad biológica. La segunda, la humana, es superior a esas limitaciones o condicionalidades «naturales»; [76] es superior al sexo, a la edad, a la efectividad fisiológica y anatómica. Depende exclusivamente del poder que la idea –la convicción– ejerza sobre la voluntad –la resolución.

Ahora bien, una de las características esenciales del caballero cristiano –y por consiguiente del alma hispánica– es la tenacidad y eficacia de las convicciones. Precisamente porque el caballero no toma sus normas fuera, sino dentro de sí mismo, en su propia conciencia individual, son esas normas acicates eficacísimos y tenaces, es decir capaces de levantar el corazón por encima de todo obstáculo. La valentía del caballero cristiano deriva de la profundidad de sus convicciones y de la superioridad inquebrantable en su propia esencia y valía. De nadie espera y de nadie teme nada el caballero, que cifra toda su vida en Dios y en sí mismo, es decir en su propio esfuerzo personal. Escaso y escueto, o abundante y rico en matices, el ideario del caballero tiene la suprema virtud de ser suyo, de ser auténtico, de estar íntimamente incorporado a la personalidad propia. Por eso es eficaz, ejecutivo y sustentador de la intrépida acción. El caballero no conoce la indecisión, la vacilación típica del hombre moderno, cuya ideología, hecha de [77] lecturas atropelladas, de pseudocultura verbal, no tiene ni arraigo ni orientación fija. El hombre moderno anda por la vida como náufrago; va buscando asidero de leño en leño, de teoría en teoría. Pero como en ninguna de esas teorías cree de veras, resulta siempre víctima de la última ilusión y traidor a la penúltima. El caballero, en cambio, cree en lo que piensa y piensa lo que cree. Su vida avanza con rumbo fijo, neto y claro, sostenida por una tranquila certidumbre y seguridad, por un ánimo impávido y sereno, que ni el evidente e inminente fracaso es capaz de quebrantar.

Esa seguridad en sí mismo del caballero cristiano es por una parte sumisión al destino y por otra parte desprecio de la muerte. Ahora bien, la sumisión del caballero a su destino no debe entenderse como fatalismo. Ni su desprecio de la muerte como abatimiento. Ya iremos viendo más adelante el sentido completo de estas cualidades. Baste, por ahora, observar que esa sumisión al destino no se basa en una idea fatalista o determinista del universo, sino que, por el contrario, se funda en la idea opuesta, en la idea de que el destino personal es obra personal, es decir, congruente con el ser o esencia de la persona, [78] que «hace» su propio destino. Cada caballero se forja su propia vida; pero no una vida cualquiera, sino la que está en lo profundo de su voluntad, es decir, de su índole personal. Y de su congruencia entre lo que cada cual es y lo que cada cual hace, o entre la índole personal y los hechos de la vida, responde en el fondo la Providencia, Dios eterno, juez universal e infinitamente justo. La fe tranquila, sin nubes, del caballero cristiano es el fundamento de su tranquila y serena sumisión a la voluntad de Dios.

El desprecio a la muerte tampoco precede ni de fatalismo ni de abatimiento o embotamiento fisiológico, sino de firme convicción religiosa; según la cual el caballero cristiano considera la breve vida del mundo como efímero y deleznable tránsito a la vida eterna. ¿Cómo va a conceder valor a la vida terrenal quien, por el contrario, percibe en ella un lugar de esfuerzo, un seno de penitencia, un valle de lágrimas, hecho sólo para prueba de la santificación creciente? Así la fe religiosa del caballero cristiano, compenetrada estrechamente con su personal fe y confianza en sí mismo, es la que sirve de base a la virtud de la valentía o del arrojo.

Á Patria

A Pátria não se escolhe, acontece. Para além de aprovar ou reprovar cada um dos elementos do inventário secular, a única alternativa é amá-la ou renegá-la. Mas ninguém pode ser autorizado a tentar a sua destruição, e a colocar o partido, a ideologia, o serviço de imperialismos estranhos, a ambição pessoal, acima dela. A Pátria não é um estribo. A Pátria não é uma ocasião. A Pátria não é um estorvo. A Pátria não é um peso. A Pátria é um dever entre o berço e o caixão, as duas formas de total amor que tem para nos receber.”

Adriano Moreira, in O Novíssimo Príncipe

Melhor elegia que esta só a de Camões (Esta é a ditosa Pátria minha amada...). O que se não consegue entender é como pôde alguém que assim sente a portugalidade, compactuou e apoiou, no seu percurso político pós-Abril, essa integração europeia que foi e é a desintegração nacional. Porque é contra Deus, contra a Pátria e contra o Rei.

À parte essa incoerência, este texto devia ornar todas as salas de aula deste País, pelo belo e estruturante que é.

No creo que sea necesaria una traducción a la lengua de Cervantes.
Gracias a Irmao de Cá y a Imperious.
http://portugaltradicionalista.blogspot.com/

Grandeza contra mezquindaz.

De esa condición primaria del caballero, paladín de su propio ideal, derívanse un cierto número de preferencias más concretas, que vamos a enumerar rápidamente. En primer lugar la preferencia de la grandeza sobre la mezquindad. Pero ¿qué es la grandeza y qué la mezquindad? Grandeza es el sentimiento de la personal valía; es el acto por el cual damos un valor superior a lo que somos sobre lo que tenemos. Mezquindad es justo lo contrario, esto es, el acto por el cual preferimos lo que tenemos a lo que somos. El caballero cristiano cultiva la grandeza, porque desprecia las cosas, incluso las suyas, las que él posee. Pone siempre su ser por encima de su haber. Se confiere a sí mismo un valor infinito y eterno. En cambio no concede valor [73] ninguno a las cosas que tiene. Vale uno por lo que es y no por lo que posee. Don Quijote lo afirma: «dondequiera que yo esté, allí está la cabecera».

Antes, pues, consentirá el caballero cristiano sufrir toda clase de penurias y de pobrezas y verse privado de toda cosa, que rebajar su ser con el gesto vil, innoble, de la mezquindad, que es adulación a las cosas materiales. El adulador atribuye falsamente al adulado valores y modalidades que éste no tiene; de igual modo el mezquino supone falsamente en las cosas materiales valores que éstas no poseen. El caballero cristiano no adula ni a las personas ni a las cosas. Su grandeza le protege de cualquier mezquindad. Prefiere padecer toda escasez y sufrir trabajos que doblegar la conciencia que de sí mismo tiene.

Esta preferencia por lo grande sobre lo mezquino, documentaríase fácilmente en mil hechos de la historia española, en innumerables productos del arte y de la vida españoles. El Escorial, por ejemplo, es la ilustración en piedra de esa preferencia; es pura grandeza pobre. La sobriedad de las formas personales y estéticas –a veces rayana en austeridad y aun en tosquedad– impresiona a todo el [74] que se acerca a la vida española; y no es sino un derivado inmediato de esa preferencia esencial de lo grande a lo mezquino. La generosidad, a veces loca, del español; el desprecio impresionante con que trata las cosas materiales; la sencillez sublime con que se despoja de todo; la disposición tranquila al sacrificio de todo bien material; he aquí algunas de las consecuencias prácticas de esa condición hispánica que hemos llamado grandeza. El alma española no puede nunca conceder a lo material más valor que el de un simple medio para realzar y engarzar el valor supremo de la persona.

El paladín.

Los siglos de Reconquista han impregnado de religiosidad hasta el tuétano el alma del caballero cristiano; infundiéndole, además, la convicción de que la vida es, en efecto, lucha; la lucha por imponer a la realidad circundante una forma buena, una manera de ser excelente, que por sí misma la realidad no tendría. El caballero cristiano es, pues, esencialmente un paladín defensor de una causa, deshacedor de entuertos e injusticias, que va por el mundo sometiendo toda realidad –cosas y personas– al imperativo de unos valores supremos, [69] absolutos, incondicionales. Y lo que lo caracteriza y designa como paladín no es solamente su condición de esforzado propugnador del bien, sino, sobre todo, el método directo con que lo procure. El caballero cristiano no tiene aguante, no aguarda, no espera; no busca, para transformar la realidad mala en realidad buena, algunos rodeos más o menos largos que de un modo, por decirlo así, mecánico, metódico y natural, vayan produciendo la deseada modificación de la realidad. El caballero cristiano cree ciegamente en la virtud y eficacia inmediata de su propia voluntad y esforzada resolución para transformar las cosas. Otras mentalidades más lentas, menos ejecutivas y más propensas a acatar el sistema de las leyes naturales, pensarán que toda modificación de la realidad por el hombre requiere tiempo, exige primero una sumisión aparente a la legalidad física y material, hasta descubrir, poco a poco, las coyunturas por donde se pueda obligar a la naturaleza a asumir la forma y función determinada por el pensamiento humano de lo mejor. Esta manera de actuar sobre las cosas reales postula, empero, la necesidad de esperar; requiere tiempo y trae como consecuencia la idea de una evolución lenta en [70] el proceso de modificación de las cosas por el hombre. Mas el método evolutivo y paciente de influir sobre la realidad repugna al caballero cristiano, que quiere ahora mismo y sin más tardar, por sólo el imperio de su voluntad y poder, que el mal desaparezca y el bien sea, y que todo se someta a la fórmula contundente de sus palabras. Hay en la mentalidad del paladín al mismo tiempo optimismo e impaciencia; optimismo como fe absoluta en el poder moral de la voluntad; impaciencia como demanda de transformación inmediata y total, no gradual y progresiva. Para el caballero cristiano, en suma, el ideal moral no es la norma a que se somete un proceso de transformación lento y progresivo, sino el imperativo de realización inmediata, completa y perfecta.

Esta manera de sentir y de pensar implica, a su vez, un cierto desprecio de la realidad intrínseca; no sólo en el sentido de considerarla mala o indiferente, sino también en el sentido de tenerla por fácilmente vencible, transformable, dominable. La materia, el cuerpo, los cuerpos están o deben estar a las órdenes del espíritu; si se niegan a obedecer a éste, es preciso obligarles, por la violencia, [71] si fuera necesario, o por la penitencia o por el castigo sobre sí mismo y sobre los demás. El caballero cristiano no duda de poder transformar la realidad, de acuerdo con los imperativos de las preferencias absolutas; justamente porque desprecia esa realidad y la considera incapaz de verdadera y autónoma existencia. La vida, pues, toda la vida habrá de consistir esencialmente en una constante enmienda de las cosas, de acuerdo con los dictados de lo mejor, de lo más perfecto.

Ahora bien, ¿qué es lo mejor, lo más perfecto? ¿Quién dice al caballero cristiano lo que tiene que preferir, lo que debe hacer, la ley a que debe someter a los demás y a sí mismo? Ahora llegamos a otro punto capital de nuestro análisis. Esos valores, esas preferencias absolutas, esa ley a que el caballero cristiano somete a los demás y se somete a sí mismo, no proceden de ningún código escrito, ni de costumbres, ni de convenciones humanas; proceden exclusivamente de la propia conciencia del caballero. El caballero no los encuentra hechos y vigentes, sino que los hace e impone él por sí mismo. No están «ahí», como las leyes públicas; sino que florecen en el corazón del caballero, el cual no conoce otra [72] legalidad que la ley de Dios y su propia convicción. El caballero cristiano es el paladín de una causa, que se cifra en Dios y su conciencia. No acata leyes que no sean «sus» leyes; no se rige por otro faro que la luz encendida en su propio pecho.


Tengan presente, estimados lectores que cuando se habla de caballero cristiano, se habla del caballeros español.

El caballero cristiano, por tanto español

Pero todas estas figuras, tomadas del tesoro artístico de España, tienen un grave inconveniente: su excesiva determinación, su adscripción marcada a un momento, a un lugar o a una esfera de la realidad vital. Y esta determinación excesiva les impide desempeñar con plenitud de valor la función de símbolos de la hispanidad integral. Podrán, sin duda, [65] plasmar con acusado relieve, en trazos inolvidables, una o dos o tres cualidades de la índole hispánica; pero no es fácil que tengan la universalidad que para nuestro intento se requiere. Nuestro intento, efectivamente, no es sólo de evocación concreta, sino también de sugestión amplia; es, a un tiempo mismo, sentimental, intuitivo e intelectual, discursivo. Los símbolos procedentes de esferas demasiadamente acusadas y de concreciones demasiadamente limitadas, correrían el riesgo de reducir con exceso el área de su vigencia y aplicación. Más que una figura, lo que necesitamos, pues, para simbolizar la hispanidad, es un tipo, un tipo ideal; es decir, el diseño de un hombre que, siendo en sí mismo individual y concreto, no lo sea, sin embargo, en su relación con nosotros; un hombre que, viviendo en nuestra mente con todos los caracteres de la realidad viva, no sea, sin embargo, ni éste, ni aquél, ni de este tiempo, ni de este lugar, ni de tal hechura, ni de cual condición social o profesional; un hombre, en suma, que represente, como en la condensación de un foco, las más íntimas aspiraciones del alma española, el sistema típicamente español de las preferencias absolutas, el diseño ideal e individual de lo que en [66] el fondo de su alma todo español quisiera ser. Los antiguos griegos, para representar plástica e intuitivamente el estilo de su nación, forjaron el término bien expresivo de kalós kai agathos; el hombre bello y bueno. La síntesis de esas dos virtudes, material y corpórea la una, moral y cordial la otra, simbolizan perfectamente el ideal humano, que, más o menos claro, se cernía ante la mirada de todos los griegos clásicos. Del mismo modo, el ideal humano, que los romanos clásicos aspiraban a realizar, puede también condensarse o simbolizarse en los dos términos famosos del otium cum dignitate, que dibujan inequívocamente la gravedad honorable del patricio, alejado de todo negocio (nego otium) y exclusivamente dedicado a la administración de sus bienes, de la república y de la honra personal y familiar. Y para no citar sino un solo ejemplo de naciones modernas, recordad la significación de infinitas resonancias que tiene para los ingleses la palabra gentleman, donde se concreta y a la vez se condensa toda una ética, una estética, una sociología y, en suma, la manera misma de ser típica del pueblo inglés.

Pues bien, yo pienso que todo el espíritu y todo el estilo de la nación española pueden [67] también condensarse y a la vez concretarse en un tipo humano ideal, aspiración secreta y profunda de las almas españolas, el caballero cristiano. El caballero cristiano –como el gentleman inglés, como el ocio y dignidad del varón romano, como la belleza y bondad del griego– expresa en la breve síntesis de sus dos denominaciones el conjunto o el extracto último de los ideales hispánicos. Caballerosidad y cristiandad en fusión perfecta e identificación radical, pero concretadas en una personalidad absolutamente individual y señera, tal es, según yo lo siento, el fondo mismo de la psicología hispánica. El español ha sido, es y será siempre el caballero cristiano. Serlo constituye la íntima aspiración más profunda y activa de su auténtico y verdadero ser –que no es tanto el ser que real y materialmente somos, como el ser que en el fondo de nuestro corazón quisiéramos ser.

Vamos, pues, a intentar un análisis psicológico del caballero cristiano, de ese ser irreal, que nadie ha sido, es, ni será, pero que –sépanlo o no– todos los españoles quisieran ser. Vamos a intentar describir a grandes rasgos la figura del caballero cristiano, como representación, símbolo o imagen del estilo [68] español, de la hispanidad. ¿Qué siente, qué piensa, qué quiere el caballero cristiano? ¿Cómo concibe la vida y la muerte? ¿Cómo cree en Dios y en la inmortalidad? ¿Cuál es el matiz de su religiosidad? ¿Cuál es, en suma, su sistema de preferencias absolutas? Esta descripción interior del caballero cristiano es la única manera posible de determinar –en cierto modo– la esencia de la hispanidad, el estilo de la nación española.

Simbolización del estilo español.

Ahora bien; ¿en qué consiste ese estilo propio de España y de lo hispánico? ¿Qué es la hispanidad? Tal fué el problema que dejamos planteado ayer para la conferencia de hoy: el de evocar –puesto que definir no es posible– ante ustedes la esencia del estilo español. Y digo que un estilo no puede definirse, porque el estilo no es un ser –ni real, ni ideal–; no es una cosa, no es un posible término ni de nuestra conceptuación, ni de nuestra intuición. Hay cosas que no pueden definirse –como por ejemplo, un color–, pero que son objeto de intuición directa. El estilo no es tampoco de estas cosas; porque el estilo no es cosa, sino «modalidad» de cosas; ni es ser, sino «modo» de ser. No es un objeto que nosotros podamos circunscribir conceptualmente, ni señalar intuitivamente en el conjunto o sistema de los objetos. El estilo no puede, pues, ni definirse ni intuirse. Entonces, ¿qué podemos hacer para [61] conocerlo? ¿Cómo podremos formarnos alguna noción, o idea, o evocación, o sentimiento, de lo que es el estilo hispánico?

Lo mejor que podríamos hacer sería, sin duda, entrar en trato profundo y continuado con ese estilo; sumergirnos durante largas semanas y meses en el estudio de la historia de España; estar con los españoles, que fueron, en un largo comercio de íntima familiaridad; recorrer la península ibérica; contemplar sus paisajes; visitar sus ciudades, sus pueblos, sus aldeas; conversar con sus habitantes; admirar los cuadros que los españoles han pintado, las estatuas que han labrado y los edificios que han construído; leer las obras de su literatura y de su ciencia; oír sus cantos y sus músicas; mirar sus bailes; en suma, convivir real e intuitivamente con todas las manifestaciones de su vida pasada y presente. Y, al cabo de esa larga y variada convivencia con todo lo hispánico, con todas esas cosas en que está impreso el estilo, el modo de ser hispánico, tendríamos en nuestro espíritu una noción clara, precisa, intuitiva, aunque inefable e indefinible, del estilo español.

Pero este camino sería extraordinariamente largo y sólo practicable para contadísimas personas. [62] Hay, pues, que buscar un sustituto. ¿Cuál? El único que en este caso se ofrece a las posibilidades humanas: la simbolización. Busquemos un símbolo, esto es, una figura que descifre y evoque todo ese montón de formas, esas modalidades en las cuales el estilo de la nacionalidad española se documenta. Cuando algo no puede ni definirse ni señalarse con el dedo; cuando algo no tiene posible concepto ni posible intuición, entonces la única manera de descifrarlo y evocarlo consiste en descubrirle algún símbolo adecuado. Símbolo es una figura real –objeto o persona– que, además de lo que ella es en sí y por sí misma, desempeña la función de descifrar y evocar algo distinto de ella. La bandera es un símbolo. La balanza de la justicia es un símbolo. De igual manera, ¿no podríamos descubrir alguna figura de cosa o de persona que nos empujase irremediablemente hacia ciertos pensamientos, ciertos sentimientos, ciertas emociones e intuiciones similares o idénticas a esa «modalidad» del ser hispánico? Intentémoslo y preguntemos, ante todo: ¿en qué figura podría simbolizarse lo español, el estilo de la hispanidad?

No podrá, desde luego, simbolizarse en una cosa. Para simbolizar un modo de ser viviente, [63] una cosa inánime no sirve. La figura simbólica tendrá, pues, que ser figura de persona viva, un ser humano, un hombre. Puesto que lo que se trata de simbolizar aquí es un estilo de vida, el camino para hallar el símbolo no podrá ser otro que el de buscar en el arsenal de nuestra historia y de nuestra cultura españolas alguna figura humana que sea típica y que, sin ser real –pues sería entonces harto limitada–, designe en su diseño psicológico, con amplitud suficiente, la modalidad particular del alma española. ¿Dónde encontraremos semejante figura, que no siendo real se aplique, sin embargo, a la realidad hispánica y que no caiga en el peligro de la fría abstracción y del mero esquema? Lo primero en que se nos ocurre pensar es el arte. En las producciones del arte tenemos, efectivamente, un buen repertorio de figuras irreales y, sin embargo, concretas, y bien llenas de espiritualidad y de estilo hispánicos. Una solución muy atractiva sería, por ejemplo, la de simbolizar el estilo español en las figuras de Don Quijote y Sancho. Encontraríamos, sin duda, en ellas, un gran número de alusiones y evocaciones de la eterna hispanidad. También podría elegirse la figura artística del Cid. Acaso, igualmente, alguna traza [64] sacada de un cuadro español famoso. Así no sería mal símbolo del estilo español la figura central del cuadro de Velázquez denominado las Lanzas. En esta escena vemos a Espínola recibiendo con gesto de suprema elegancia y benevolencia las llaves que entrega el burgomaestre de la ciudad de Breda. El contraste entre los dos personajes es notabilísimo. Velázquez ha sabido, con intuición genial, cifrar en esas dos figuras los estilos de dos pueblos completamente dispares. También el retrato del Greco, conocido bajo el nombre de «el caballero de la mano al pecho», nos proporcionaría quizás un elocuente símbolo de la humanidad española.

domingo, 5 de julio de 2009

¿Qué es el estilo?

Pero ¿qué es estilo? Permitidme que, para resolver este difícil problema, recuerde ahora algo de lo que hace pocos instantes decíamos al hablar de la libertad humana. Decíamos que el hombre es, a diferencia del animal, el inventor y autor de su propia vida –y el responsable de ella–. Esto quiere decir que, cuando hacemos algo –y vivir es siempre hacer algo–, imprimimos a todo lo que hacemos, a nuestros actos y a las cosas que nuestros actos producen, [47] una determinada modalidad peculiar que la naturaleza misma no nos enseña, sino que se deriva de nuestra personal participación en el espíritu de la inmortalidad. Así, cada uno de nuestros actos y cada una de nuestras obras puede considerarse desde dos puntos de vista: como medio para conseguir y obtener un determinado fin y como expresión de un conjunto personal de preferencias absolutas. La estructura general de cada acto y de cada obra viene primeramente determinada por el fin propuesto –si es que se propone un fin–. Toda casa-habitación ha de tener un tejado y unos muros o paredes. Hay, pues, estructuras de los actos y de los productos humanos que encuentran su explicación y razón de ser en el principio de finalidad. Pero la aplicación del principio de finalidad no puede llegar a lo infinito. Hacemos un acto para lograr un fin; el cual, a su vez, lo deseamos para el logro de otro fin; el cual, a su vez, nos lo hemos propuesto como medio para la obtención de otro fin. ¿Seguiremos así indefinidamente? No. No es posible. Tenemos que detenernos. ¿Dónde nos detendremos? Nos detendremos en cierta imagen, en cierto pensamiento, que cada uno de nosotros lleva en el fondo de su corazón acerca de lo [48] que es absolutamerlte preferible. Ahora bien, este conjunto de pensamientos o imagenes de lo absolutamente preferible adopta en cada uno de nosotros la forma de una personalidad humana; es la imagen ideal del ser humano, que quisiéramos ser; es la imagen del hombre absolutamente valioso, infinitamente «bueno», del hombre perfecto. Esa imagen transcendente e inmanente al mismo tiempo, esa imagen invisible, pero presente en todos los momentos de nuestra vida, ese nuestro «mejor yo», que acompaña de continuo a nuestro yo real y material, está siempie a nuestro lado, en todo acto nuestro, en todo esfuerzo, en toda obra; e imprime la huella de su ser ideal a todo lo que hacemos y producimos. Esa huella indeleble es el estilo. Y así, en todo acto y en todo producto humano hay, además de las formas o estructuras, determinadas por el nexo objetivo de la finalidad, otras formas o estructuras o modalidades, por decirlo así, libres, que vienen determinadas por las preferencias absolutas residentes en el corazón del que hace el acto y produce la obra. Estas modalidades, que expresan la íntima personalidad del agente y no la realidad objetiva del acto o hecho, son las que constituyen el estilo. [49]

Por eso decía muy razonabemente Buffon, que el estilo es el hombre. Pero esta fórmula necesita aclaración. Porque «hombre» puede tomarse en dos sentidos: en el sentido real o natural del hombre que efectivamente y naturalmente somos, con todas las limitaciones de la carne, del pecado, de la «naturaleza» humana; y en el sentido ideal, estimativo o moral del hombre que quisiéramos ser, de la imagen o modelo en que nuestra mente cifra todo el conjunto de lo que nuestro corazón considera como absolutamente preferible. Este otro «mejor yo», que en nuestro yo real reside, es el que inconscientemente se abre paso a cada instante en nuestro obrar –o sea en nuestro vivir– y pone su firma en todo cuanto hacemos. Esa rúbrica de nuestro más íntimo y auténtico ser moral es el estilo. Por eso, todo lo que el hombre hace tiene estilo. Tiene estilo, porque, además de estar determinado por aquello para que sirve, está configurado por la invisible presencia y actuación de ese «mejor yo», que condensa en una persona humana ideal –invisible y presente– nuestras más profundas y auténticas preferencias. En cada hombre individual podemos, pues, descubrir siempre un estilo propio, el sello de ese auténtico aunque oculto ser, [50] que se refleja en todo lo que el hombre real hace y produce, desde el gesto, el ademán y el porte del cuerpo, hasta la obra artística del poeta, el pintor o el escultor.

Ahora bien, cuando conviven juntos en intimidad de vida muchos hombres, durante mucho tiempo, y entre ellos cuaja una como coincidencia esencial en las preferencias absolutas, puede suceder que los ideales humanos de todos y cada uno concuerden en ciertos rasgos generales; que un determinado tipo o modo de «ser hombre» se repita en cada uno de los ideales individuales; que en el fondo de cada estilo individual esté latente y actuante un estilo colectivo. He aquí, entonces, la nación. Esos hombres constituirán una unidad nacional, mientras en efecto posean y conserven ese estilo colectivo común, por debajo de los estilos individuales. Las vidas de esos hombres formarán un haz, tendrán la unidad de un mismo modo de ser, de sentir, de preferir, de actuar y de querer, la unidad colectiva de un mismo estilo, la unidad de una nacionalidad propia. Esos hombres formarán una nación.

La nación, pues, es un estilo. De no ser esto, habría que sucumbir nuevamente a las teorías naturalistas. Porque el error fundamental de [51] Renan y de José Ortega y Gasset es creer que escapan al naturalismo definiendo la nación como el acto espiritual de «adherir» –a una realidad histórica pasada o a un proyecto de historia futura–. Tan «natural», empero, es el acto de adhesión, como otro fenómeno psíquico cualquiera, o como la constitución fisiológica o anatómica, o la raza, o el territorio, o la lengua. En cambio, lo que radicalmente no es «natural», lo que incluso se contrapone a todo naturalismo, es eso que hemos llamado estilo, la huella que sobre nuestro hacer real deja siempre el propósito ideal, el sesgo que a toda realidad imprime nuestro íntimo sistema de preferencias absolutas.


Estos magníficos textos provienen de: http://www.filosofia.org/his/h1938a1.htm#h07

España como estilo.

Proponed a una nación, por ejemplo a la española, un proyecto de empresa común cuyo estilo sea incongruente con el estilo español –con España–. La nación lo rechazará; porque nación es justamente unidad fundamental de estilo en todos los actos colectivos. Ahora ya llegamos a un término claro en toda esta discusión. Hemos visto con evidencia que la [44] nación no es cosa natural, ni sangre o raza, ni territorio, ni idioma. Ahora vemos que la nación no es tampoco el acto subjetivo de adherir al pasado o al futuro; sino que es el estilo común a todo lo que el pueblo hace, piensa y quiere y puede hacer, pensar y querer. Cuando en la vida de un grupo humano a lo largo del tiempo existe unidad de estilo en los diversos actos, en las empresas, en las producciones, entonces puede decirse que existe una nación. España, la nación española, no es, pues, un territorio mayor o menor; no es una determinada raza; no es un determinado idioma; es un estilo de vida, el estilo español de vida. Todo lo que en España hay y se hace, ese territorio con sus cultivos y sus modificaciones humanas, esa raza con sus caracteres, sus modalidades, sus gestos, sus preferencias, sus ritmos, ese idioma con todos sus vocablos, sus giros, sus dichos, todos los actos que en España se han realizado desde los tiempos remotos y primitivos hasta hoy, todas las creaciones que se han engendrado, todas esas cosas, formas y productos, mantienen entre sí cierta homogeneidad especial, un aire de familia, un carácter común impalpable, invisible, indefinible, que es la [45] comunidad de estilo. Ese estilo común a todo lo español, eso es España.

Considerad, por ejemplo, las figuras de Guzmán el Bueno y del general Moscardó. ¿Qué hay de común entre ellas, si atendemos sólo al contenido material de las dos vidas? Nada. Sin embargo, el estilo es el mismo. iQué hay de común entre Numancia y la defensa heroica del Alcázar toledano? En el contenido material, nada. Pero el estilo es el mismo. Repasad en vuestra imaginación las más variadas producciones del arte y de la literatura española. ¿Qué hay de común entre un cuadro de Velázquez y la mística de Santa Teresa? El estilo. Las cosas mismas no pueden ser más diferentes. Sin embargo, en ellas palpita un mismo hálito; en ellas hay un mismo modo de ser, el estilo de todo lo español. Los conquistadores, la estatuas de Alonso Cano, el monasterio del Escorial, los cuadros de Goya, la figura de Felipe II, el duque de Alba, San Ignacio de Loyola, las costumbres de los estudiantes salmantinos, Lazarillo de Tormes, Don Juan Tenorio, la colonización de América, la conquista de Méjico, nuestras letras, nuestras artes, nuestros campos, nuestras iglesias, nuestros oficios, nuestros talleres, nuestras instituciones, [46] nuestras diversiones, nuestros monarcas, nuestros gobiernos, nuestro teatro, nuestro modo de andar, de hablar, de reír, de llorar, de cantar, de vestir, de nacer y de morir, toda nuestra vida en cualquier época de la historia que la tomemos y cualquiera que sea el corte que en ella demos a lo largo del tiempo, ostenta siempre una modalidad común, una homogeneidad indefinible, pero absolutamente evidente e innegable. Eso es el estilo, el estilo en que la nación española consiste. España –como cualquier otra nación auténtica– es un estilo de vida.

La Nación como estilo.

Pero esta teoría más amplia y comprensiva tendría que superar las dos tesis espiritualistas en el residuo que aun les queda de naturalismo, en su concepto de acto espiritual o de adhesión. A mi juicio, el error fundamental de cada una de estas dos tésis está en lo siguiente: La teoría de Renan olvida que la adhesión plebiscitaría al pasado no tendría eficacia ni virtualidad histórica, viva y activa –sería un mero romanticismo contemplativo–, si no fuese completada por la adhesión a un futuro incitante, a un proyecto de ulterior vida común. El patriotismo nacionalista no se limita al pasado y al presente, sino que se ejercita también sobre el futuro, sobre el ideal o propósito o programa de un venturoso porvenir. Cada partícipe de un país siéntese, en efecto, desde su juventud, peón y campeón del engrandecimiento nacional. Mas, por otra parte, debemos [41] preguntarnos: ¿es que un proyecto cualquiera de futuro puede merecer la adhesión de todos los nacionales? Evidentemente, no. Un proyecto cualquiera de futuro no va a recibir, por el solo hecho de ser proyecto futuro, la adhesión plebiscitaria de los nacionales. Puede acontecer que en una nación un grupo de hombres proponga a la totalidad nacional una determinada empresa a realizar y que la nación rechace esa empresa. Mas no nos quedemos en esto. Sigamos preguntando: ¿por qué la nación rechaza ciertos proyectos que se le proponen y aprueba y abraza otros? No hay más que una explicación posible: que esos proyectos de empresa rechazados no guarden con el presente y el pasado del país íntima y profunda afinidad u homogeneidad. Así, la nación rechazará aquellos proyectos de empresa que contradigan el modo de ser del presente y del pasado, aquellos proyectos que constituyan una ruptura con el modo de ser de la nación, incesantemente confirmado en el presente y en el pasado. Si a una nación como la española, cuyo discurrir a lo largo de la historia, cuya actividad histórica, ostenta en su larguísimo pasado un sello o carácter o modo de ser determinado, se le propone de pronto un proyecto de empresa que [42] no mantenga relación de congruencia u homogeneidad con lo que la nación ha sido, esa nación rechazará el proyecto propuesto. Ahora es cuando llegamos al punto culminante de toda esta discusión. Ahora vemos que la adhesión espiritual plebiscitaria –de que hablan Renan y José Ortega y Gasset– no constituye la esencia última de la nación, puesto que ese acto espiritual de adhesión está él a su vez objetivamente condicionado por cierto «carácter», cierto «modo de ser» que han de poseer los proyectos propuestos. En realidad, la nación no es, pues, el acto de adherir, sino aquello a que adherimos. Mas como aquello a que adherimos se presenta a su vez como un proyecto de futuro, o como un estado o situación presente, o un larguísimo pasado, resulta que, en verdad y profundamente, aquello a que adherimos no es tampoco ni la realidad histórica pasada, ni la realidad histórica presente, ni el concreto proyecto futuro, sino lo que hay de común entre los tres momentos, lo que hace que los tres sean homogéneos, lo que los liga en una unidad de ser, por encima de la pluralidad de instantes en el tiempo. La nacionalidad no consiste, pues, sólo en que cada uno de nosotros diga: «Soy español», y verifique el [43] acto de adhesión a esa realidad actual, pasada y futura, llamada España; sino que consiste principalmente en la homogeneidad de esencia, que reúne todos los hechos de España en el tiempo y hace de todos ellos aspectos o facetas de una misma entidad. Ser español es actuar «a la española», de modo homogéneo a como actuaron nuestros padres y abuelos. Ahora bien, esa afinidad entre todos los hechos y momentos del pasado, del presente y del futuro, esa homogeneidad entre lo que fué, lo que es y lo que será, esa comunidad formal, no tiene realmente más que un nombre: estilo. Una nación es un estilo; un estilo de vida colectiva.

Exijo mis derechos

¡Exijo mis derechos!

Es cosa sabida que en la época de degeneración y decrepitud que nos ha tocado vivir está muy de moda exigir derechos y es cosa muy fea que nos atribuyan deberes o muy tonta atribuirselos uno libremente. Así pues, para no romper con la línea general de esta época inmoral y egoísta vengo yo también a exigir mis derechos. En verdad, vengo a exigir sólo uno. Y, además, un derecho muy especial, porque este derecho no es natural, ni civil, ni social, ni mucho menos producto del "consenso social", sino un derecho -entiendo yo que- positivo que nos ha dado de manera especial Dios. Es el derecho por excelencia. Me atrevo a decir que más importante aún que el derecho a la vida, pues nos abre la puerta a la Vida Eterna. Sin más rodeos, yo exijo mi derecho a ser católico. Católico de verdad.
¿Que si quiero ser católico me vaya a la Iglesia y me deje de pamplinas? ¡Pero si he hecho eso y se me ha negado el derecho a ser católico! A ver, trataré de explicarme con unos sencillos ejemplos.

Yo exijo mi derecho a una Santa Misa tradicional, la de S. Pío V. Pero no, la cosa está complicada. Incluso con el Summorum Pontificum. Pues al menos exijo el derecho a una Santa Misa celebrada conforme a las normas litúrgicas, con reverencia, adoración, en latín, con canto gregoriano. Pero no, lengua vernácula, guitarritas y, a veces, ni reverencia ni adoración.

Exijo mi derecho a que en las homilías me hablen del pecado, de como ir al cielo, de la Iglesia militante, purgante y triunfante, de la virtud, de los santos, de la Santísima Virgen María, de moral, del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo, de los males y peligros del ateísmo, el indiferentismo y el libertinaje. Pero no, me hablan de una solidaridad laica y de hacer "un mundo mejor". ¿Pero qué mundo mejor ni que niño muerto si aquí estamos sólo de paso? ¡Yo lo que quiero es saber como ir al cielo y ni eso me dicen!

Exijo mi derecho a que se anoten en el Índice las películas y libros para que antes de verlas o comprarlos hacerme una idea de lo que voy a ver y si va a merecer la pena o no. O si quiera si me sería lícito o no. Pero no, me tengo que enterar por diversas páginas webs de internet.

Exijo mi derecho a que cuando un teólogo enseña doctrina falsa y errónea, que me pueda llevar a condenarme irremisiblemente si le hago caso, sea excomulgado y sus obras condenadas para que quede claro que no es alguien a quien hacer caso. Y si un sacerdote enseña doctrina errónea en sus homilías se le haga lo mismo o se le revoque su práctica sacerdotal. Sí, es cierto, si esto se hiciese serían tantos los teólogos y sacerdotes que habría que quitar... Pero mejor así, sinceramente.

"Exijo mi derecho" a que en las catequesis y "clases de religión" que recibí en el instituto, en vez de enseñarme chorradas posmarxistas o simplemente nada me hubiesen enseñado verdades fundamentales de la fe y cosas tan básicas como saber hacer un acto de contrición, distinguirlo del de atrición, distinguir un pecado mortal de uno venial, enseñarme el Credo, etc.

En fin, tampoco pido demasiado. Solamente que en la Iglesia me enseñen la misma fe y de la misma forma que se la enseñaron a mis abuelos, a mis bisabuelos, etc. y que no hubiesen hecho experimentos raros con mi fe que no me han llevado hacia la eterna condenación por pura gracia y misericordia divina.

Hoy muchos sacerdotes y católicos se estremecen de que las iglesias estén vacías. ¡Pero coño! Si sólo se enseñan memeces, ¿qué esperáis? Volved a enseñar la fe católica íntegra. Volved a coger el catecismo de Trento, volved a enseñad el catecismo de S. Pío X y entonces veréis como vuelve a la gente a la Iglesia. Porque la gente lo que quiere saber es cómo ir al cielo, no chorradas de solidaridad laica. Y volved a celebrar la Misa de S. Pío V, porque la gente quiere tocar el cielo, no verle la cara al cura.

Pues eso, exijo mi derecho a ser católico.

P.D. Este post no es otra cosa mas que un exabrupto, un espumarajo de enfado por haberme levantado un buen día y descubrir que poco tengo de católico y tener que coger libros antiguos, de señoras ya casi en la tumba, para enterarme de qué es ser católico y cómo vivir la fe. ¡Horrible! (Uno de estos libros es "Para Salvarte" de Jorge Loring (34ª ed. postconciliar (y aun siendo postconciliar, ¡Dios mío, que diferencia!))).

Sacado de: http://heroedeotrotiempo.blogspot.com/

La Nobleza.

Decía Luis Vives: "La verdadera y sólida nobleza nace de la virtud. Necedad es gloriarte de un padre noble, si tú eres vil y mancillas con tu torpeza la hermosura de aquel linaje".

En su obra Le marquise de Lourore, dice Edmond About: "Un hijo de casa noble abofeteará al insolente que ponga en duda la virtud de su madre; sin embargo, él mismo no oculta que su abuela tuvo ciertos devaneos; y, en cuanto a su tatarabuela, si por ventura obtuvo favores de Luis XV su vanagloria es grande. De este modo, la vergüenza de los nuestros, a medida que se aleja de nosotros, se convierte en gloria."

Un grande de España se dirigió un día al general Weyler, que acababa de ser elevado a la grandeza, y le tuteó:
-¿Quién le ha dado permiso para tutearme?- le dijo el general.
-Es costumbre entre nosotros los grandes-dijo el otro.
-Pues sepa usted, mozuelo, que mi grandeza empieza en mi.

A la muerte del gran hereje Lutero en 1546, los protestantes manifestaron frecuentemente su rebeldía contra la Iglesia. Carlos I de España, de acuerdo con el Papa y con su hermano Fernando, a quien había cedido los dominios hereditarios de Alemania, resolvió hacerles la guerra. El 24 de abril de 1547, obtuvo el emperador la victoria de Mühlberg; en ella hizo prisionero al príncipe elector de Sajonia, cuya vida ofreció a su esposa a cambio de la ciudad de Wittemberg, en cuya catedral o iglesia del castillo había clavado, años antes, Lutero sus célebres 95 tesis. En la propia iglesia estaba enterrado Martín Lutero, y el duque de Alba propuso a Carlos I que desenterrase el cadáver, lo quemase y aventase las cenizas, a lo que el emperador respondió:
-Dejémosle reposar: ya ha encontrado a su juez. Yo hago la guerra a los vivos y no a los muertos.

Cuando el barcelonés Pedro Maristany fue nombrado conde de Lavern, un amigo le dijo:
-No sé, te encuentro un poco pachucho, ¿qué te pasa?
-Debe ser el cambio de sangre-respondió Maristany.
Del mismo se cuenta que encargó a su criada que, a todos los que iban a felicitarle por el título, contestase:
-El señor no está en casa. Ha salido a probarse la armadura.

Un día, Napoleón, con cierta ironía e incredulidad le preguntó al príncipe Massimo, italiano célebre por su extensa genealogía:
-¿Es verdad, príncipe, que creéis descender de Fabio Máximo Cunctator?
-No lo sé, sire. Lo único que puedo deciros es que es un rumor que desde hace 2.000 años corre por nuestra familia.

Carlos Fisas